miércoles, 3 de julio de 2013

Detalles a tener en cuenta al castigar a tu hijo adolescente


La adolescencia es un periodo de desarrollo personal que tiende relacionarse con la rebeldía. Cuando nuestros hijos se comportan de una manera inadecuada, muchos padres caen inmediatamente en la rutina de imponerles castigos, haciéndoles que, poco a poco, formen parte de su día a día. Sin embargo, los expertos apuntan que tan contraproducente es poner muchos castigos como recurso educativo, como no ponerlos.

Una sanción debe entenderse, no como una medida disciplinaria, sino como una fórmula para lograr que el adolescente reflexione sobre lo que ha hecho mal y evitemos así que vuelva a repetirlo en sucesivas ocasiones.

Según Begoña del Pueyo y Rosa Suárez, autoras de «La buena Adolescencia», antes de imponer un castigo hay que tener en cuenta los siguientes aspectos:

—Solo suele tener un efecto temporal y transitorio sobre la conducta. El intento de cambio personal tiene que compensarse con otras medidas muy positivas.

—Hay que buscar las causas y escuchar las justificaciones de esa acción negativa que intentas corregir. Y, sobre todo, dejarle bien claro que «se censura el pecado, no al pecador»

—El castigo no puede ser humillante. Hay que salvar la autoestima de nuestro hijo. El castigo no debe dejarle en mal lugar delante de sus hermanos y amigos.

—Debe ser proporcional a la falta que ha cometido, teniendo en cuenta su edad y otras circustancias personales.

—No es lo mismo un acto cometido por precipitación o imprudencia que un acto que tenía mala intención.

—Las sanciones no pueden depender del estado de ánimo de los padres. No deben ser indefinidos ni desproporcionados. «No habrá más paga los domingos», es una frase difícil de mantener.

—Cuando es posible, lo ideal es conseguir que el castigo sirva para restituir lo que se ha hecho mal, por ejemplo, quedarse a estudiar un fin de semana si ha suspendido.

—No hay que permitir que el castigo a uno de los hijos afecte al resto de la familia (quedarse sin vacaciones, sin salir...).

—El castigo puede resultar realmente efectivo si va acompañado de una muestra efectiva y se les ofrece pistas que le ayuden a reflexionar sobre las causas de su conducta negativa.

—Nunca se debe castigar retirando el afecto.
Desobediencias más frecuentes

—No llegar a la hora pactada demuestra no haber adquirido la madurez suficiente para planificar las salidas y gestionar los horarios, unido a poca resistencia a la presión de grupo. En la próxima salida se puede pactar menos tiempo (volver a casa uno hora antes) y si lo cumple, volver a ampliarlo.

—Malas contestaciones. Hay que observar el contenido del vocabulario que utilizamos cuando nos enfadamos. Los hijos aprenden de los padres y, si lo hacemos con insultos y gritos, no podemos pedirle que no haga lo mismo. Ante una respuesta airada es importante utilizar un tono de voz calmado y ser especialmente cuidadosos con las palabras, ya que los reproches sólo consiguen incrementar la tensión.

—«Me estás faltando al respeto», «A mí no me insultes». Cuando una discusión sube de tono es muy fácil llegar a perder los papeles y decir cosas de las que después podemos arrepentirnos, el motivo de discusión inicial se pierde, dado que se entra en una espiral de tensión progresiva, una medida que suele funcionar es el «tiempo fuera», es decir, interrumpir la discusión con una frase como «se nos está olvidando el tema principal, ya no estamos hablando», y marcharnos. De esta forma demostraremos que los intercambios de reproches no favorecen la comunicación ni permiten llegar acuerdos.

Información de: Begoña del Pueyo y Rosa Suárez, autoras de«La buena Adolescencia»


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